lunes, 21 de diciembre de 2009

El Anatomista

Genial cuando agarrás un libro poco convencida: "leo este que es cortito ahora y después me llevo esos otros al viaje así los leo más tranquila"; no das ni dos mangos por un escritor que prejuzgás como hacedor de "best sellers" que las librerías ponen en el primer estante de ventas para navidad y es una proeza conseguir un ejemplar, pero poco hay de desafiante en sus páginas repletas de mediocre y predecible gris topo. Genial cuando agarrás un libro de esos y te saca la lengua, te tiene en vilo leyéndolo sin pausa desde que lo empezaste hace dos días. Leés de parado, leés en la calle, leés comiendo sola, no parás de leer.
Y es de esos libros populares, que gustaría a cualquier hijo de vecino, cuyo escritor no es (ni mucho menos) un célebre autor literario, y su contenido dista de los grandes temas de la humanidad (si acaso estos existiesen por fuera de lo cotidiano). Pero te gusta, mucho. Y te das cuanta que vos no sos más que una hija de vecino que casi se pierde de leer un libro cautivante por unos absurdos prejuicios mal nacidos. Hay que sacarse los anteojos más pesados que nublan la vista. A veces se puede, otras no tanto.

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